Se come la cabeza y se deja la cena.

Arriesgarse o morir.

Bonita filosofía para alguien que nunca ha arriesgado, para alguien que siempre ha muerto y siempre se ha arrepentido por ello. Que se come la cabeza y se deja la cena, pero que después se culpa por ser así de guapa. Porque piensa que las acciones de los demás son sus errores, todo por su culpa. Y sin embargo, sigue muriendo, sigue sin arriesgarse, hasta que un día intenta cambiar, vive y falla.

Y vuelve al principio, pero esta vez ya no tiene cabeza que comerse y el plato de la cena está lleno. Y esa semana, ese mes, ese año, ese tiempo, es tiempo, es año, es mes, es semana perdida. Y hasta que no se da cuenta, no lo vuelve a intentar, vuelve a vivir, respira y se da cuenta de que la vida está hecha de intentos y de ocasiones. De arriesgar. Arriesgas y al final fallas. Pero arriesgas, y esa adrenalina que te sube desde la barriga hasta el cerebro y que te hace pensar en lo difícil que es el no fallar y  te hace repasar todas tus acciones, esa adrenalina, es mortal. Y vienen dos opciones; o morir, o seguir arriesgando y vivir con esa adrenalina aunque falles y duela. 

Y dolerá, porque el arriesgarse es dolor, pero es vivir. Y crecer. Y eres fuerte, más fuerte que todos, porque eres tú mismo.

Y tus sueños se verán afectados. Porque cuando te arriesgas, aunque falles, tus sueños se acercan más a ti.