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9 de noviembre de 2014

Oasis programado.

Te levantas un día pensando en todo lo que eres capaz de hacer, moviéndote de un lado a otro de la casa, haciendo de todo. La energía te sobra, aunque tengas pesas en los pies puedes con todo y parece que vuelas.
Te pones tus viejas puntas de baile y das vueltas al son de la música clásica. Sabes que lo estás haciendo mal porque no es propio de alguien como tú hacer cosas como esta. Te podrían mirar mal y reirse de ti. Pero lo haces igualmente.
Recuerdas viejos movimientos de nombres franceses y sin querer, (aunque quieres), los realizas. Estás bastante fría pero tu cuerpo recuerda lo esencial de esos actos. Giras con las manos extendidas. Los pies te resbalan por el suelo, pero de forma bonita. Si te estuviesen grabando parecerías la chica de los anuncios de colonia.
Miras la hora, ha pasado más tiempo del que creías. Tus problemas van desapareciendo ya que se están transformando todos en giros y zancadas. Te recuerdas que el jarrón es muy delicado y procuras no acercarte mucho a esa zona. 
Es un momento muy íntimo en el que si te estuviese viendo alguien te avergonzarías bastante, por eso miras a tu al rededor titubeando y recuerdas con alegría que se ha ido a hacer la compra. Y la energía vuelve más intensa, como en los finales de las piezas tocadas por una banda o una orquesta.
 El público te aplaude.
Te aplaudes prometiéndote que tendrás más a menudo estos ratos.
Promesas que se las lleva el olvido y el estrés.
Se acaba la canción y pareces una estúpida con tus viejas puntas de baile, moviéndote de un lado para otro por tu casa. Pero te ríes y das una vuelta abrazándote y riendo.
Suenan las llaves y se abre la puerta. Te quitas las puntas y haces la comida.

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